El diario El País publicó hace unos días un artículo de Antonio Elorza (Catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense) en
el que analiza los procedimientos políticos que están siguiendo los actuales
gobernantes en Cataluña y las fuerzas nacionalistas. Según Elorza, en Cataluña
1)
la democracia ha dejado de ser representativa
para pasar a ser aclamativa;
2)
el problema no es de independencia sino de
democracia;
3) lo sucedido en el Camp Nou en el partido
Barça-Madrid (6.10.12) es equivalente a lo que sucedía en Nüremberg en los años 30 y 40.
Cataluña, democracia aclamativa
De nada
valen juegos florales. El problema hoy no es de independencia, sino de
democracia
Resultó útil comprobar que dos episodios del pasado
coincidían en su significación, al ver que Rubert de Ventós, ex senador
socialista, era el primero en saludar a Artur Mas en la plaza de Sant Jaume,
cuando éste volvía triunfante de su entrevista con Rajoy en Madrid. Coincidimos
como ponentes en la Universidad de Columbus, 12 años atrás, y me sorprendió que
en lugar de ofrecer informaciones concretas sobre la política catalana, Rubert
repitiese una y otra vez que Cataluña quería esto y lo otro, siempre para
marcar la ruptura con España. Le pregunté al final bajo qué forma se le
aparecía Cataluña por las noches para manifestarle esos deseos, que entonces no
coincidían en absoluto con los datos disponibles. Más tarde, tuve una vez a
Artur Mas como contertulio en Cuatro, y de nuevo el entonces opositor predicaba
todo como si fuera el médium de un espíritu superior, Cataluña. Esta vez le
subrayé, para gran enfado de otro participante con sentido de la autoridad,
Ernesto Ekaizer, que Cataluña era políticamente plural, y que, por favor,
precisase quién respaldaba sus declaraciones.
Porque si admitimos que por encima de la sociedad y de
la política catalana existe esa Cataluña enteriza, capaz de transmitir sus
intenciones y voluntades a alguien, ahora el presidente Mas, con el respaldo de
un movimiento de masas, los supuestos del pluralismo y de la vida democrática
se desvanecen. Entramos de lleno en otra concepción de las relaciones y de las
normas políticas, que además encuentra unos desagradables antecedentes fácticos
y doctrinales en el ascenso de los nacionalismos autoritarios en el primer
tercio del siglo XX, cuyo exponente teórico fuera Carl Schmitt.
Aquí Mas tiene la virtud de la claridad. De entrada,
en buen discípulo, no acepta el marco normativo de la Constitución para llevar
adelante su propósito, salvo si aquel se inclina en todo ante sus
planteamientos. En su mente y en su estrategia, la secesión es ya un hecho
irreversible: al acudir a la reunión de presidentes, no va a Madrid, va “a
España”. En virtud de la legitimidad surgida de la movilización del 11-S, Mas
no encabeza una institución autonómica que deriva su autoridad de la
Constitución y del Estatuto. Ambos pasan a ser meras plataformas de un
liderazgo carismático cuya misión es materializar la voluntad de independencia
de un sujeto, fruto de una historia mítica, “los mil años de Cataluña”: el
Pueblo Catalán. Este ya habló en la Diada y
ahora, en una secuencia ininterrumpida, ha de lograr la confirmación de su
mensaje en las urnas, una vez ahormada la sociedad catalana. Por eso los no independentistas no deben ser tenidos en
cuenta para el proceso, salvo como obstáculos a remover.
El partido del domingo será la ocasión para
escenificar esa exigencia de unanimidad hacia Cataluña y Europa. Con otro contenido ideológico, en la senyera colectiva
del Camp Nou, como otrora en Nüremberg, no caben opositores ni disidentes.
Lógica consecuencia: las elecciones no deben reflejar una composición política
plural, han de olvidar los fracasos del gobierno de CiU y limitarse a responder
a la cuestión esencial de la autodeterminación para la independencia. Son,
pues, elecciones plebiscitarias, destinadas a confirmar el respaldo de masas a
la resolución del presidente. La normativa vigente
no cuenta de cara a la realización del proyecto en curso —aunque
posiblemente Mas disponga de algún as en la manga en Estrasburgo—, ya que la relación se invierte y el orden legal es
producto exclusivo de la decisión del líder (“haremos la consulta con la
ley o contra ella”). El líder define además su papel en términos
soteriológicos: una vez salvada Cataluña, él abandonará el poder.
No tenemos delante una democracia
representativa, sino la democracia aclamativa de Schmitt, donde el voto es
puesto al servicio de la aclamación del Pueblo, encargada de rubricar la
decisión del Líder carismático. Para confirmarlo, como en otros procesos de
nacionalización forzosa, entra en escena la visión maniquea propia del totalitarismo
o totalitarismo horizontal. Se trata de imponer la homogeneidad política de una
sociedad por un sector de la misma, a partir de la distinción entre puros
(independentistas) e impuros (españolistas), en torno a un estandarte sagrado
(Cataluña, “la naciò”), impulsando la conversión del otro (ejemplo PSC) o su
marginación política y cultural definitiva. Instrumento: el monopolio del
espacio público y de la comunicación a favor del efecto mayoría y de las
sanciones implícitas pero efectivas al resistente.
De nada valen ensayos para juegos florales apelando a
la concordia. En Cataluña hoy el problema no es de
independencia, sino de democracia.
Antonio Elorza
http://politica.elpais.com/politica/2012/10/06/actualidad/1349521936_209187.html
Los subrayados son míos.
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