En el siguiente artículo Arregi analiza el concepto "nación". Hay que diferenciar entre "nación política" y "nación cultural o etnolingüística". El primer concepto es el que hace posibles los estados democráticos porque se basa en el respeto a la libertad individual y por tanto al pluralismo y a la heterogeneidad.
Los dos conceptos de nación
Es casi una perogrullada afirmar
que la política se ha convertido, si no lo ha sido siempre, en una batalla del
y sobre el lenguaje: quién ocupa antes una palabra para darle el sentido que
desea, quién impone los términos del debate, quién utiliza las palabras no para
darse a entender, sino para mezclar contenidos, sembrar dudas, desdibujar
fronteras conceptuales, impedir que exista el diálogo -un diálogo que es tan
reclamado por casi todos los políticos, olvidando en general que para poder
hablar es preciso atenerse a las reglas gramaticales, pues de otra manera lo
que se produce es un galimatías-.
Parece que en estos momentos de
fiebre soberanista en Cataluña y de toma general de conciencia de que la
estructura del Estado autonómico requiere una seria revisión, los participantes
en el debate debieran estar interesados en calibrar los términos de la
discusión, en pulir el sentido que dan a las palabras que utilizan, en explicar
lo que entienden con lo que dicen, si es que realmente lo saben. Pero demasiadas
veces da la impresión de que no es así.
Estamos hablando de la estructura
del Estado, estamos hablando de la nación española, estamos hablando de
naciones, estamos hablando de la reforma de la Constitución, y estamos hablando
del pluralismo de España. ¿Estamos realmente interesados en hablar y dialogar
sobre estas cuestiones para llegar a algún punto de acuerdo o de desacuerdo
claro?
El presidente Zapatero afirmó en
su día que el término nación es algo discutido y discutible. Pujol afirmó,
también en su día, que si bien la nación catalana existía, algo evidente para
él, ponía en duda que existiera una nación española. El presidente actual,
Mariano Rajoy, afirma con naturalidad que España es una gran nación, al igual
que el PP dice con toda naturalidad que es un partido nacional. ¿De qué nación
se está hablando? Para saberlo es conveniente tener en cuenta el devenir de
este concepto tras la revolución liberal en Europa, que es cuando el término
nación recibe sus significados políticos. Y el
primer significado político es el que recibe de la propia revolución liberal:
se trata de la asociación voluntaria de ciudadanos soberanos, la nación se
constituye a partir de la voluntad de los ciudadanos de vivir juntos, es una
comunidad política que no prejuzga la existencia de una comunidad lingüística o
cultural.
La nación moderna
nace como nación política y es así como se
convierte en el actor político principal de la modernidad. Ello no prejuzga la
existencia de una comunidad cultural o lingüística, pues en el ejemplo clásico
al que se recurre siempre para subrayar la superposición exacta de la nación
política sobre la nación cultural y etnolingüística, Francia, es preciso
recordar que en el momento de la Revolución Francesa en Francia se hablaban
decenas de lenguas y patois, y que es a partir de 1918, gracias a la sangre
derramada en la que siguen llamando la grandeguerre, cuando en verdad se
produce esa superposición como queda expresado en la frase de las lápidas
fúnebres de los soldados caídos que se encuentran en el país vasco francés:
mort pour la patrie.
A remolque y como
reacción al racionalismo que entraña esta concepción política de la nación
surge en Alemania de la mano de Herder y de Wilhelm von Humboldt el concepto
romántico de nación: una comunidad de lengua, de cultura y de tradición. Y
aunque los citados concibieran la nación cultural encuadrada todavía en ideas
humanistas, las guerras napoleónicas y la oratoria de Fichte, en sus discursos
a la nación alemana, la transformarán en algo radicalmente distinto: toda
nación cultural tiene derecho a ser la matriz única y exclusiva de una nación
política y convertirse en Estado.
A partir del último
tercio del siglo XIX se va produciendo en Europa la fusión de los dos, en
principio tan contrapuestos, conceptos de nación: la tendencia a fungir en una
sola idea la nación política y la nación cultural, la idea de que el territorio
definido por la nación política debe ser el mismo que el territorio definido
por una nación cultural y etnolingüística.
De esta fusión nacerán
las tragedias europeas del siglo XX, las dos guerras mundiales, la idea de
autodeterminación wilsoniana, matriz de la que surgen nuevos Estados nacionales
que arrastran en su interior la imposibilidad del ideal, lo que servirá incluso
a Hitler poder reclamar la vuelta al Estado nacional, ahora imperio, de los
Sudetes checos, y también nacerán las últimas guerras balcánicas
desgraciadamente resueltas sobre el principio de sólo una nación cultural como
nación política sobre un único territorio.
Dejando, sin embargo, de lado la
situación en la que han quedado los Balcanes, es posible afirmar que el desarrollo democrático de la mayoría de Estados
europeos tras las Segunda Guerra Mundial ha ido en la línea de recuperar el
concepto y la idea de la nación política, constituida por ciudadanos antes que
por una comunidad lingüística o cultural. Y
es posible afirmar también que la prueba de la democracia de estos Estados
europeos consiste precisamente en su capacidad de mantener esa idea de que lo
que constituye la nación política son los ciudadanos en cuanto tales, y no en
cuanto hablantes de una determinada lengua, no en cuanto profesos de una
determinada religión, no en cuanto portadores de unos determinados usos y
costumbres.
Dicho de otra manera:
la calidad democrática de los Estados europeos se mide y se medirá en su
capacidad de garantizar y promover la heterogeneidad social, el único contexto
en el que puede surgir y desarrollarse la libertad individual. Por eso, la calidad democrática de España, en su conjunto y
en cada una de sus partes, radica precisamente en su pluralismo. Claro que
España es plural, pero no más que lo son Cataluña o Euskadi. Claro que España
es plurilingüe, pero no más que Cataluña o Euskadi. Claro que España es
plurinacional, pero no lo son menos Cataluña y Euskadi, pues la
plurinacionalidad de España se debe a que existen muchas personas que se
sienten pertenecientes a la nación cultural catalana, y a la nación cultural
vasca, al igual que en Cataluña y en Euskadi existen muchas personas que se
sienten pertenecientes a la nación cultural catalana y a la española, a la
nación cultural vasca y a la española. Y la gran
conquista de la España constitucional es haber sabido constituirse como nación
política con capacidad de hacer sitio, además de a la nación cultural española,
a otras naciones culturales, haciendo de todos los que las habitan ciudadanos
de nacionalidad española, nacionales de la nación política que es España.
Es posible clarificar la palabra
nación y señalar, de forma analítica y crítica, sus distintos significados.
Ello permite recuperar la dignidad política del término a partir de
sus raíces liberales: nación como asociación voluntaria de ciudadanos
soberanos.
Y de la misma forma es posible
clarificar la palabra federación: en palabras de Hamilton, una mejor unión, en
contraposición a la confederación, que siempre es vía hacia la separación.
Suiza persiste porque de ser confederación, a partir de 1860, ha ido dando
pasos para ser una federación, y EEUU sigue existiendo porque los federados
unionistas se enfrentaron a los confederados secesionistas en la guerra llamada
de secesión, también en los años 60 del siglo XIX. Y la ganaron.
La federación subraya y consolida
la unión, la confederación abre la puerta a la separación. Maragall
quería una confederación para Cataluña, pero intentó venderla usurpando el
término federación. Y así nos va.
Joseba Arregi, EL MUNDO
22/11/12
El subrayado es mío
No hay comentarios:
Publicar un comentario